01/11_Día de todos los Santos

Émile Friant. La Toussaint, 1888

Musée des Beaux-Arts, Nancy

“El día de tu muerte me sumí en la tierra,
en el oscuro refugio donde las abejas,
a rayas oro y negras, aguantan el temporal
como piedras hieráticas y el terreno es firme.
Fue bueno hibernar esos veinte años:
como si nunca hubieras existido, como si hubiera llegado
al mundo engendrada por Dios en el vientre de mi madre:
su amplio lecho portaba el estigma de lo divino.
Nada tenía que ver con la culpa ni con nada
cuando me acurruqué bajo el corazón de mi madre.

 

Diminuta cual muñeca con mi vestido de inocencia,
al dormir soñaba tu epopeya, imagen a imagen.
Nadie moría o envejecía en aquel tiempo.
Todo sucedía entre una perenne blancura.
El día que desperté, desperté en Churchyard Hill.
Hallé tu nombre, hallé tus huesos y demás
consignados en una angosta necrópolis
y tu lápida jaspeada inclinada junto a una valla.

 

En este albergue de caridad, esta casa de pobres, donde los muertos
se agolpan pie contra pie, cabeza contra cabeza, ninguna flor
quiebra la tierra. Es la Senda de las Azaleas.
Hacia el sur, se abre un campo de bardanas.
Te cubren dos metros de grava amarilla.
La salvia roja artificial permanece inmóvil
en la cesta con siemprevivas de plástico que pusieron
sobre la tumba junto a la tuya. Tampoco se pudre
aunque la lluvia disuelva un tinte sangriento:
los pétalos falsos gotean y gotean rojo.

 

Es otra la clase de rojo que me preocupa:
Cuando tus velas bebieron el aliento de mi hermana
el mar calmo fue púrpura como ese paño viciado
que mi madre desplegó en tu última venida.
Me apoyo en una antigua tragedia.
Lo cierto es que, a finales de un mes de octubre,
con mi primer llanto,
un escorpión se atravesó la cabeza, mal presagio.
Mi madre soñaba tu rostro en el mar.

 

Los pétreos actores, en sus puestos, se toman un respiro.
Traje mi amor como ofrenda y entonces moriste.
Fue la gangrena lo que te devoró hasta los huesos,
dijo mi madre. Moriste como cualquier otro hombre.
¿Cómo podría yo madurar en tal estado mental?
Soy el fantasma de una infame suicida
y mi propia navaja azul aún se me oxida en la garganta.
Oh, perdona a aquella que acude buscando perdón
a tu puerta, padre: tu perra, tu hija, tu amiga.
Fue mi amor el que nos empujó a ambos a la muerte”.

 

Silvia Plath. Electra en la Senda de las Azaleas.

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