Yo, El Greco

[1] El Greco. Caballero anciano, 1587-1600
Museo Nacional del Prado, Madrid

 

[2] Pablo Picasso. Desconocido al estilo de El Greco, 1899.
Museo Picasso de Barcelona

Según la RAE, un flechazo es un amor que repentinamente se siente o se inspira.

 

Cuando en 1895 Pablo Picasso entra por primera vez en el Museo del Prado, siente una atracción por los grandes maestros que le llevará a dialogar con ellos a lo largo de toda su carrera.

 

Una flecha ha entrado de lleno en su corazón y escribe apasionado a su amigo Joaquim Bas: “El museo de pinturas es hermoso: Velázquez, de primera; del Greco, unas cabezas magníficas…” Sus viajes a Toledo para ver El entierro del Conde Orgaz rematarán al enamorado pintor que nunca podrá olvidar esas cabezas alargadas del pintor cretense.

 

Cuando en 1901 su íntimo amigo Carlos Casagemas se suicida, su conmoción se refleja en varias pinturas donde recrea la muerte de su colega. ¿Hay algo más grequiano que el entierro de su amigo Casagemas?
La herida de amor es cada vez más profunda y Picasso quiere más.

 

”Greco, Velázquez, inspirarme” escribe en unos dibujos realizados en Horta de Sant Joan en 1898. Pero la frase definitiva será la que aparece en otro dibujo, “Yo El Greco”, toda una declaración de intenciones que demuestra como Picasso interioriza la maestría de El Greco para asumir como propias algunas características formales de su pintura como el alargamiento de la figuras, las pinceladas verticales, la sobriedad y oscuridad de sus fondos o su particular gama cromática.

 

Los buenos flechazos se contagian y así ocurrió en la Barcelona modernista poco después, donde el pintor cretense, que había resultado ser demasiado moderno en su época, se convirtió en la inspiración que animaría las vanguardias y que cambiaría el rumbo del arte en el siglo XX.

 

La relación entre El Greco y Picasso fue muy intensa, porque se hizo visible en momentos clave de la carrera del pintor malagueño como su etapa azul o el inicio del cubismo. Y también duradera; su presencia es palpable hasta en las obras finales de su trayectoria artística.

 

El día que entró en el Museo Prado por primera vez, volaron las flechas de Cupido. Y 68 años después de haber escrito Yo, El Greco, firmó en el bastidor del Cuadro El Mosquetero como Domenico Theotocopoulos, toda una declaración de amor hacia el maestro griego que tanto le inspiró a lo largo de su vida.

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Flechazo