Soledad
Edward Hopper. Morning Sun, 1952.
Columbus Museum of Art, Ohio.
Edward Hopper. Morning Sun, 1952.
Columbus Museum of Art, Ohio.
La pintura siempre ha reflejado los estados de ánimo del ser humano: sus miedos, sus gustos o sus dudas. Por eso los pintores retrataron el sentimiento de soledad, justo en el momento en el que empezó a considerarse un mal y un tópico de nuestra sociedad. La gran pregunta ha sido siempre, ¿la soledad es buena o mala? Catherine Millot, psicoanalista y autora del libro Oh Soledad puede ayudar a responderla.
Para algunos, como Ramón Andrés, es una necesidad, “Desde niño he necesitado soledad y silencio; mi casa, la casa de mis padres, fue un infierno. Eso explica, al menos en parte, mi inclinación al aislamiento y el estudio”.
Para otros ha sido un tormento, como decía Guy de Maupassant, “Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros actos y esfuerzos tienden a huir de esa soledad”.
Y algunas personas no cesan de buscarla, como Chris McCandless en su viaje solitario hasta Alaska que Jon Krakauer difundió.
El estadounidense Edward Hopper (1882-1967) fue el pintor del silencio y la soledad. En sus obras se repiten algunos escenarios donde el ciudadano estadounidense pasaba gran parte de su tiempo: cafeterías, habitaciones de hotel o gasolineras.
En esos escenarios sitúa a las personas que representan el tópico de la soledad metropolitana. Gente rodeada de cosas y de otras personas pero que se sienta sola y perdida en la ciudad. Para acentuar esta sensación, el autor emplea juegos de luces y sombras que dotan a la escena de dramatismo y melancolía.
Estamos frente a un pintor cinematográfico, “El pintor de los umbrales”, como dijo una vez Alain de Botton. Un creador de escenas con múltiples desenlaces.