Rojo

[1] Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Retrato de Inocencio X, 1650

Galería Doria Pamphili, Roma

 

[2] Mark Rothko. Rojo claro sobre rojo oscuro, 1955-1957

Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires

El color vuelve a hacer de las suyas y nos lleva a reflexionar sobre la obra de dos pintores que en principio tienen poco que ver. ¿Por qué nos empeñamos en etiquetar todo?

 

Este flechazo en forma de brochazo parte de Velázquez, un pintor de reducida paleta que, salvo algunas excepciones, utilizó los mismos pigmentos a lo largo de toda su carrera. Irá cambiando la manera de mezclarlos y aplicarlos siendo capaz de crear con sólo cinco o seis colores una obra maestra.

 

Cuenta el pintor y escritor Ramón Gaya que el poeta y crítico de pintura J. X. intentaba adjudicar un color que caracterizara a algunos pintores. Cuando le tocó decidir el color de Velázquez se atascó, “no lograba encontrar el color correspondiente; pasaba revista una y otra vez al iris extenso de la pintura y ninguno de los colores o matices le parecía bastante significativo”.

 

Mark Rothko resume en el color la esencia de su pensamiento y de su arte. Lo que aparece ante nosotros es un manchurrón de colores, de rojos. Colores mezclados, sin líneas que los atrapen. Sin límite. Y ahí aparece la primera clave: no hay marco y tampoco passe-partout porque la obra se contiene a sí misma. Su pintura centrada en el color, definida por la crítica como impresionismo abstracto, es propia de un artista contemplativo y de gesto lento, que mira con las pupilas muy abiertas, como un místico.

 

El papa Inocencio X, que nos mira también con las pupilas abiertas escrutando nuestra opinión sobre lo que vemos, no parece contento, ni tampoco un místico… Quizá esté enfadado porque  Velázquez se haya atrevido con una arriesgada combinación de tonos rojos al introducir un cortinaje de fondo de ese color, el terciopelo carmesí del sillón y una variopinta gama en el camauro y la esclavina.

 

Cuentan que el papa al ver su retrato le dijo a Velázquez “Troppo vero”. Seguro que muchos delante de la mancha de Rothko pensarán “Non troppo vero”. 

 

Qué más da si estas pinturas parecen reales o no. Se trata sólo de dejarse llevar por los rojos. 

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Flechazo