Mares

[1] Ivan Aivazovsky. La novena ola, 1850

Museo Estatal Ruso, San Petersburgo

 

[2] Caspar David Friedrich. El monje frente al mar, 1809

Staatliche Museen, Berlin

“Antes que el sueño (o el terror) tejiera

mitologías y cosmogonías,

antes que el tiempo se acuñara en días,

el mar, el siempre mar, ya estaba y era.

¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento

y antiguo ser que roe los pilares

de la tierra y es uno y muchos mares

y abismo y resplandor y azar y viento?

Quien lo mira lo ve por vez primera,

siempre. Con el asombro que las cosas

elementales dejan, las hermosas

tardes, la luna, el fuego de una hoguera.

¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día

ulterior que sucede a la agonía”.

 

Jorge Luis Borges. El mar

 

El mar siempre ha sido fuente de inspiración para todo tipo de artistas. Algunos pintores lo han representado amenazante y fuerte, el escenario perfecto para contar tragedias y crueles batallas. Otros han conectado su inmensidad y misterio con las emociones humanas y los estados de ánimo. 

 

Por eso en las paredes de los museos de todo el mundo no faltan los naufragios, ni las olas imposibles de cien tonos diferentes de azul. Tampoco las puestas de sol ni las escenas donde los pescadores aparecen faenando o los niños jugando en la orilla. Su atracción ha propiciado que tengamos una palabra que define a las pinturas que tienen al mar como protagonista: las marinas.

 

Este flechazo llega en forma de ola para empaparnos de pintura. Dos pintores románticos que abrumados por el mar tratan el tema de manera diferente.

 

Por un lado el pintor ruso Ivan Aivazovsky, célebre por ser uno de los mejores pintores de marinas de todos los tiempos. “El mar es mi vida”, llegó a decir. En La novena ola, siete hombre intentan salvarse agarrados en lo que queda de barco mientras se acerca la novena ola que, según la tradición marinera, era la más destructiva. El mar, en este caso, simboliza la destrucción y la fuerza incontrolable.

 

Lo que hace al mar interesante y bello es que nunca es igual. Por eso Friedich presenta en esta pintura una playa, un mar y un hombre anonadado ante esa visión. No le interesan las olas o los barcos que luchan por no naufragar, le interesa lo sublime, la sensación de ser insignificante frente a la inmensidad de la naturaleza, en este caso del mar. 

 

Si tienes lejos el mar, contemplar este cuadro puede sustituir el arrobamiento de verlo de verdad. Ya lo dijo el escritor Heinrich von Kleist cuando se encontró con la pintura de  Friedrich: “parece… como si a uno le hubieran cortado los párpados”.

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Flechazo