Censura

Ludwig von Langenmantel. Savonarola predicando contra las vanidades, 1879 .

St. Bonaventure University, Allegany, New York.

“Donde se queman libros se terminan quemando también personas”

 

Heinrich Heine

 

La frase de Heine, que murió exiliado en París en 1856, resulta una profecía. Se adelantó unos años a las terribles quemas de libros que los nazis organizaron a partir de 1933 y que serían la antesala de las barbaridades ocurridas en los campos de concentración. 

 

Pero los nazis no fueron los primeros. El libro siempre ha sido un objeto perseguido en todas las culturas y en todas las épocas: desde las llamas que arrasaron la Biblioteca de Alejandría, los autos de fe de la inquisición, los bombardeos en la segunda guerra mundial,  hasta la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo

 

También la ficción se ha ocupado de este asunto. ¿Quién no recuerda la famosa pira de la película Fahrenheit 451 de François Truffaut basada en la novela de Ray Bradbury?

 

Desde que el ser humano fijó las ideas por escrito, el libro se ha enfrentado a la dura lucha de la supervivencia, escapando como podía de la manía destructora (y pirómana) de los fanáticos políticos y religiosos.  Lo cuenta Fernando Báez en su obra Historia universal de la destrucción de libros, “un libro se destruye con ánimo de aniquilar la memoria que encierra, es decir, el patrimonio de ideas de una cultura entera. La destrucción de cumple contra todo lo que se considere una amenaza directa o indirecta a un valor considerado superior” 

 

Girolamo Savonarola fue un monje italiano especialmente duro con cualquier visión del pecado y el paganismo. Discípulo de las enseñanzas de Bernardino de Siena, recorrió junto a algunos seguidores el norte de Italia predicando la palabra del señor y destruyendo obras de arte que le parecían merecedoras del fuego salvador.

 

En 1497 llegaron a Florencia, en plena celebración del carnaval, y organizaron unas de las más celebres piras de la época donde ardieron espejos, cosméticos, perfumes, trajes de fiesta, instrumentos musicales y muchos libros. 

 

Muchos tesoros en papel acabaron ese día dentro de la hoguera: libros clásicos y manuscritos únicos sobre arte, amor, magia, música o historia clásica. Se perdieron para siempre obras de Ovidio, Boccaccio, Dante o Propercio. 

 

Irónicamente, Savonarola fue excomulgado por Roma y acabó ardiendo en su propia hoguera junto a sus escritos e ideas, esta vez censuradas por otros. 

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